Manuel Cantón obtuvo el Premio Narrativa Breve 2023 con Obsolescencia programada, un conjunto de relatos trabajados a partir del archivo y que atraviesan los géneros, estilos y épocas de la historia argentina. El libro saldrá publicado en Argentina y Chile en 2025, por la editorial chilena La Pollera. Alan Pauls calificó a Cantón como «un escritor ambicioso, en el mejor, más audaz, más riesgoso sentido de la palabra«. Aquí contesta cinco preguntas sobre su vínculo con la escritura.
¿Cuándo empezaste a escribir?
No estoy seguro de que haya una fecha particular. Me acuerdo que de chico, a los cinco o seis años, dibujaba historietas con hombres de palito y globos de texto enormes. Eventualmente dejé los dibujos y me quedé con el texto. A veces, y sin ningún fundamento, pienso que todos los nenes escriben -o cuentan, o narran, a la manera desordenada y delirante que se puede a los cinco o seis años-, que todos los nenes dibujan, y que lo único que pasa es que a medida que crecen dejan de hacerlo. Yo dejé de dibujar, pero no de escribir.
¿Tenés algún tipo de rutina de escritura, o un lugar y un momento predilectos para escribir?
Trato de escribir todos los días, lo que en la práctica significa que escribo día por medio. Me gusta levantarme temprano y dedicarle alrededor de una hora antes de empezar la jornada laboral (o la jornada paga, más bien). En general escribo en mi cama, en la notebook; tengo un escritorio muy bonito, pero ahí hago otros trabajos -redacción a pedido, corrección, trámites- y me gusta que los dos espacios, el tedioso y el placentero, estén separados.
¿Qué autor te da ganas de escribir cuando lees/ves sus obras?
Son varios: Walsh, Puig, Bolaño. A veces Piglia, pero más en los ensayos que en la ficción. Hace poco me entusiasmé con Philip Dick y Sebald; y contemporáneos me gustan mucho Marina Closs, Leila Guerriero y Ted Chiang. En general, los escritores que me estimulan entran en dos categorías: o tienen un estilo muy marcado y reconocible, o pueden pivotear entre varios estilos o géneros dependiendo de su argumento. No me interesa demasiado la lengua estándar de los talleres de escritura creativa norteamericanos, ni los narradores correctos y profesionales.
¿De dónde surgió el proyecto de escribir Obsolescencia programada?
Si tuviera que elegir un principio, diría que Obsolescencia programada tiene mucho que ver con un libro que escribió mi abuelo: Los Cisnes, historia de un pueblo igual a otros mil. Él fue almacenero y tambero durante toda su vida, pero después de jubilarse se dedicó a la historia local. Para su cumpleaños de ochenta, le regalaron -o se regaló, ya no me acuerdo- la edición de un libro que contaba la historia de su pueblo, en el sur de Córdoba, un lugar que nunca pasó los quinientos habitantes. Como suelen ser las cosas hechas por autodidactas, el libro de mi abuelo es muy raro: tiene anécdotas, documentos, archivos; pasa de la historia grande a la historia chica, del golpe de Onganía a la maestra de la escuela, de la crisis del ´30 a una cosechadora mecánica diseñada por un viejo loco de por ahí. Me gustó esa forma de encarar la historia de un pueblo, más por los recovecos que por las avenidas, y me pareció que algo así se podía hacer con la historia argentina.
¿Cómo es el proceso de revisión de tus textos?
Hay varios tipos de revisiones. Por ejemplo: cada día, antes de empezar a escribir, repaso lo que escribí el día anterior; es una forma de entrar en calor, de ponerme al tanto conmigo mismo, y también de ir focalizando la atención en el texto (y no en el teléfono, en las noticias, en los platos que me falta lavar, etc.). Después hay otra revisión, más meticulosa, que hago cuando el texto ya está terminado. Ahí en general me dedico a cortar cosas: adjetivos, párrafos, fragmentos. Y después, cuando tengo listo algo que se parece a un libro o una antología o algo así, imprimo y vuelvo a corregir, pero en papel. El cambio de soporte ayuda refrescar el ojo.
