Con Cruza, un texto fragmentario y experimental que atraviesa los géneros, Camila Vazquez obtuvo el Premio Narrativa Breve en 2022. Aquí contesta algunas preguntas sobre su vínculo a la escritura.
¿Cuándo empezaste a escribir?
Escribo desde que tengo seis años. Apenas aprendí, lo primero que hice fue contar unas historias híbridas entre el cuento y la prosa poética. Esas ganas fueron claras desde entonces y, hasta ahora, son unas de las pocas cosas que persisten con ese ímpetu.
¿En qué lugar y momento del día escribís? ¿Tenés algún tipo de rutina?
No tengo rutinas deliberadas, si hago algo con persistencia es porque lo deseo con fervor. Soy muy desorganizada, pero escribo casi todos los días. Me gustan mucho las mañanas y, en particular, las que paso en la habitación de las plantas. Son muchas y selváticas y conviven en su ecosistema con mi computadora y una de las bibliotecas. Me resulta fundamental estar o sentirme sola para escribir. Es decir que, aunque esté con otros, exista un espacio de soledad para la escritura.
Escribo en la computadora. No me gusta hacerlo en el celular, pero a veces estoy en tránsito y las notas me ayudan a retener una idea. También esbozo unos extraños cuadros en mi bitácora con ideas que, en el momento, me resultan explosivas. A varias les pierdo el entusiasmo o me parecen cualquiera con los días. Solo algunas son el germen de un futuro texto.
¿Qué autor te da ganas de escribir cuando lees/ves sus obras?
¿Tiene que ser uno? Recientemente, me sentí muy cautivada por la prosa de Mónica Ojeda, una cuentista ecuatoriana que tiene una voz super lírica y unos universos mágicos, místicos, incómodos y exuberantes. Algo similar me pasa cuando releo a Sara Gallardo. Admiro con profundidad su versatilidad: inventar la voz de un indio mataco, escribir cuentos como fábulas, narrar la pena de las paisanas cuando el campo era residual en el panorama literario. Registro una experiencia semejante con la obra de Armonía Somers, en particular con uno de sus cuentos -que es uno de mis favoritos-: El derrumbamiento. Y la novela tremenda, caótica, mítica y con cauce como de río: La mujer desnuda. En poesía, la obra de Jorge Leónidas Escudero me parece una locura, una vanguardia chuncana elaborada por un minero. No puedo dejar de mencionar la obra de Glauce Baldovin, la poeta cordobesa más increíble que leí hasta el momento y a quien le debo la sensibilidad panteísta que aprendí de sus versos.
¿De dónde surgió el proyecto de escribir «Cruza»?
Cruza nació en un sueño que reunió flores, historia nacional y secretos familiares. En el sueño, escribía esa experiencia onírica. Durante semanas lo tuve en el cuerpo. Intenté hacer de todo con ese material: poemas, cuentos y hasta un ensayo. Desistí porque tomaba una forma que no podía clasificar. Me llevó otras varias semanas de terapia darme cuenta de que la forma del texto podía ser así: híbrida, como de cruza. Cuando acepté su rareza, el texto creció hacia esos otros materiales que, en mi vida, se parecen al sueño: la literatura y el recuerdo.
¿Con qué personaje de ficción te sentarías a comer?
Me sentaría a comer con Yuna Riglos, la protagonista de Las Primas, de Aurora Venturini. Me muero de ganas de conocer su departamento en La Plata, seguramente muy paqueto; de almorzar carne al horno que hará preparar, porque ella no cocina. Es posible que me juzgue por la etiqueta del vino que voy a llevar. Corro el riesgo de ser envenenada con las masas finas que acompañarán el cafecito -todos sabemos que tanto Yuna como Yiya Murano vienen del mismo linaje-, pero lo asumo.
